Tráfico de personas · El crimen silenciado del siglo XXI

Cuando Robert Hayden escribía sobre el “viaje a través de la muerte hacia la vida de estas costas [por la costa este de Estados Unidos]” en su poema Travesía del Atlántico, recordaba a los millones de esclavos africanos que durante los siglos XVII, XVIII y XIX fueron trasladados desde el continente hasta América. A pesar de que en 1815 se iniciaron los pasos para acabar con la trata de esclavos y de que existen numerosos acuerdos internacionales que prohíben esta práctica, el ser humano no ha dejado de ser objeto de diversas formas de explotación. La trata de personas se ha convertido en la esclavitud de nuestro siglo y África, en el lugar con las cifras más elevadas del mundo.

Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (ILO por sus siglas en inglés), en 2016 la esclavitud moderna afectaba a 40,3 millones de personas, de los cuales 24,9 millones eran víctimas de trabajos forzados, 15,4 millones lo eran de matrimonios forzados y 4,8 millones, de explotación sexual. Pero la realidad esconde datos mayores, ya que existe una gran dificultad para registrar los casos de trata y tráfico de seres humanos. Solo un uno por ciento de las víctimas de esclavitud son identificadas y atendidas por las instituciones y organismos competentes.

África es uno de los continentes más afectados por esta realidad, especialmente África subsahariana. Según el Global Slavery Index 2018, cinco de los diez países con las cifras más altas de esclavitud son africanos: Eritrea, Burundi, República Centroafricana, Mauritania y Sudán del Sur. Estos datos también se confirman si se consultan otras fuentes, como el Counter Trafficking Data Collaborative (CTDC).

La mayoría de casos de trata ocurren dentro de las fronteras de un Estado, es decir, son casos domésticos. Sin embargo, la explotación y trata de personas se ha convertido en un crimen transnacional, ya que existen grupos que forman importantes redes de tráfico. La trata de personas no implica que tenga que cruzarse una frontera, pero cuando esta actividad tiene como objetivo el “transporte transfronterizo ilícito con el fin de obtener, directa o indirectamente, beneficios financieros u otros beneficios materiales” se habla de tráfico de personas. Este crimen transnacional ha aumentado su actividad en los últimos años y aporta grandes beneficios a las redes criminales en todo el mundo.

Contextos de vulnerabilidad y víctimas

El destino de las víctimas de tráfico es muy diverso: trabajos forzados, explotación sexual, mendicidad forzada, matrimonios forzados, extracción de órganos o venta de menores, entre otros. Los datos globales muestran que, actualmente, el principal propósito del tráfico de personas es el trabajo forzado para distintos fines, como la construcción, la pesca, la minería, la agricultura o el trabajo doméstico. Le sigue la explotación sexual, que es la actividad de tráfico ilegal que más beneficios aporta a la industria criminal.

Las redes de tráfico de personas encuentran a sus principales víctimas en los grupos sociales más vulnerables de los países más inseguros del mundo, como las mujeres, niños y niñas y los refugiados y migrantes. Las mujeres y niñas son el grupo más numeroso, representan el 70 por ciento en todo el mundo. Se trata de una tendencia que ha ido creciendo en los últimos años junto al aumento en el número de menores. Al menos un tercio de las víctimas de todo el mundo son niños y niñas, aunque en algunas regiones estas cifras podrían ser mayores. En la Unión Europea, el 15 por ciento de las víctimas de tráfico identificadas entre 2013 y 2014 lo eran y, en África subsahariana, representan actualmente el 50 por ciento, siendo la región de África occidental la que tiene las estadísticas más altas del mundo, junto con América Central y el Caribe. El aumento de los flujos migratorios en África subsahariana ha provocado que cada vez haya un mayor número de menores que viajan solos, huyendo de sus lugares de origen, que acaban convirtiéndose en víctimas de tráfico –reclutados principalmente por un familiar o conocido–, especialmente para explotación sexual.

Los flujos migratorios están directamente relacionados con las dinámicas de tráfico de personas, ya que los refugiados y migrantes que se ven forzados a dejar su hogar se han convertido en un grupo altamente vulnerable para las redes criminales. En torno al 70 por ciento de los migrantes que llegan a Europa a través del Norte de África han sido víctimas de tráfico de personas.

Tendencias regionales en África

Como ocurre en el escenario mundial, en África el mayor porcentaje de víctimas de tráfico detectadas son víctimas de trabajos forzados, salvo en el Norte de África, donde predominan la mendicidad y otras actividades, como la extracción de órganos, los matrimonios forzados, la venta de bebés o la pornografía, como principales formas de explotación.

Mientras que la mayoría de víctimas de tráfico en el continente son adultos, en África occidental son niños y niñas, empleados para trabajos forzados en sectores como la agricultura, la construcción, la pesca o la minería. El 55 por ciento del total de víctimas de tráfico en esta región, entre adultos y menores, trabajan en esclavitud. La siguiente forma de explotación en esta zona es la sexual, con un 36 por ciento de víctimas de tráfico, sobre todo mujeres jóvenes, que son llevadas a Oriente Medio y Europa. La nacionalidad más repetida es la nigeriana. En los últimos años, la principal ruta de tráfico que sale desde esta región ha sido la central, atravesando el desierto del Sáhara hasta Libia, un área con escasos controles policiales. Así, lugares como Agadez, Arlit o Zinder, en Níger, se han convertido en zonas de captación de las redes criminales de tráfico de personas.

Informe Global Report on Trafficking in Persons 2018, de la UNODC

El trabajo forzado es también el principal destino en las regiones este (82 por ciento) y sur (83 por ciento) del continente, siendo la mayoría de las víctimas adultos. En la primera, destaca especialmente el caso de Eritrea, donde la grave crisis migratoria ha convertido a su población en foco vulnerable de las redes de tráfico. Las principales rutas de tráfico transnacionales procedentes de esta región se dirigen hacia Oriente Medio y los países del Golfo Pérsico, así como hacia Europa, a través del Mediterráneo, y hacia Sudáfrica.

Este país al sur del continente es un foco importante de las redes de tráficos ilícitos, incluido el tráfico de personas. La mayoría de los flujos de migración que tiene Sudáfrica como destino proceden del Cuerno de África, a través de la región de los Grandes Lagos y muchos de estos migrantes se convierten en víctimas de las redes de tráfico. En la región sur de África, actúan redes que están conectadas principalmente con los países de Oriente Medio.

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Informe Global Report on Trafficking in Persons 2018, de la UNODC.

El terror a las puertas de Europa

El aumento en los flujos de migración en los últimos años ha conllevado a que haya un mayor número de víctimas de tráfico, ya que los migrantes y refugiados se encuentran en un estatus de gran vulnerabilidad. El principal destino de las rutas de tráfico de personas que tienen su origen en África subsahariana es el sur y oeste de Europa. África subsahariana es el lugar de procedencia del 20 por ciento de las víctimas de tráfico identificadas en 2016 en esas zonas de Europa, una tendencia que podría ir creciendo en los próximos años. Libia se ha convertido en un lugar de tránsito de estas rutas, donde las mafias y redes de crimen organizado se sirven de la inestabilidad de la zona. El mundo fue testigo, gracias a trabajos de investigación periodística, de cómo personas de diferentes nacionalidades africanas eran vendidas en subastas. Aunque en menor medida, el acceso desde Marruecos ha aumentado significativamente en el último año.

La Unión Europa pone el foco de atención en los países de origen. El Convenio del Consejo de Europa de Lucha contra la Trata de Seres Humanos señala que “se considera responsables a las autoridades nacionales si no toman medidas para prevenir la trata de seres humanos, proteger a las víctimas e investigar eficazmente los casos de trata”. Pero las medidas que existen en el continente africano son muy escasas. Todos los países, salvo la República del Congo, Somalia, Sudán del Sur y Uganda, han ratificado la Convención de Palermo y se han aprobado políticas en esa línea, como la Initiative against Trafficking de la Comisión de la Unión Africana, el Proceso de Jartum o el Proceso de Rabat. Sin embargo, la realidad de las cifras demuestra que las medidas que existen son del todo insuficientes y acuerdos como los de Jartum o Rabat no funcionan e, incluso, sitúan a los migrantes en situaciones de mayor vulnerabilidad.

Factores como la incapacidad institucional para perseguir a los criminales y aplicar la ley así como para proteger a las víctimas, el déficit en formación de las unidades policiales, el poco control transfronterizo y la falta de medios de vigilancia policial, la corrupción de las instituciones y de las fuerzas de seguridad o la falta de coordinación entre los diferentes países son determinantes para entender el fracaso en la lucha contra el tráfico de personas en África. Pero también es fundamental redirigir la atención hacia las causas de raíz que se esconden detrás de la realidad de las redes de tráfico y donde no solo los departamentos de justicia tienen un papel importante, sino también otros como el departamento de trabajo o actores como los trabajadores sociales y educativos. Los gobiernos africanos no cumplen con su responsabilidad.

La postura europea tampoco favorece el fin de este crimen silenciado. La Unión Europea se ha centrado en regular la migración a través de medidas dirigidas principalmente hacia la securitización de la gestión de los flujos migratorios, sin prestar la atención debida al tráfico de personas, un aspecto mucho menos importante para la agenda comunitaria. El establecimiento de canales seguros para esos flujos migratorios debe ser una prioridad para prevenir el tráfico de personas que es, en la actualidad, una de las mayores pesadillas con las que convive el ser humano.