Una sociedad matriarcal en el archipiélago Bijagós de Guinea Bissau
En la isla de Orango Grande, en el archipiélago de las Bijagós, frente la costa de Guinea Bissau, hay una tierra donde las mujeres tienen toda la autoridad. Donde se organizan en asociaciones que gestionan la economía, el bienestar social y la ley. Son ellas las que imponen sanciones, dirigen, aconsejan, distribuyen y se las respeta como dueñas absolutas de la casa y la tierra. A los hombres solo se recurre para el barbecho de los campos, la caza del mono y la pesca.
En Etiogo el gallo canta tres veces: a las tres de la madrugada, a las cuatro y a las seis. Después el tiempo se desvanece y uno queda preso del cielo de palmeras, el mar de plantas acuáticas de tarrafe y la tierra roja de las aldeas. Amanece y el árbol de marañón se llena de cientos de pájaros catho que, con la llegada de las lluvias, hacen su nido. Una luz blanca lo ilumina todo.
Quinta se despereza. Hay que salir pronto para recolectar el cajou, separar la semilla que trocará por arroz, machucar la fruta y esperar que fermente el zumo para hacer vino. También deberá decidir la siembra, organizar el trabajo de su marido Estevo y cuidar de los tres hijos: Lierson de 8 meses, Fidelia de 9 años y Ja de 6.
Quinta Augusto tiene 26 años y es la presidenta de la Asociación de Mujeres de Etiogo, que se reúne cada 15 días para hablar de los problemas de la aldea. Estevo, el marido de Quinta, es el secretario de la asociación y escribe en una libreta las demandas que le dictan las mujeres: “Necesitamos ayuda externa -anota Estevo- para comprar una barca que permita comercializar las esteras que realizamos y los productos de nuestras huertas. Una canoa segura cuesta dos millones de francos sefa -CFA- (3.000 euros). Se necesita también red metálica para vallar los huertos, botas de goma para protegerse de las serpientes, azadas, catanas, rastrillos, medicamentos para la malaria y otras enfermedades”.
Quinta y Estevo llevan ocho años viviendo juntos en dos chozas, una de vivienda, otra de almacén. Tienen un jardín vallado para protegerse de las serpientes y tres huertos donde se cultiva mandioca, yuca, fríjoles y batatas. A Quinta le gusta de Estevo su fuerza física, su dulzura y su sexo: “Quien no práctica el amor, no es feliz…”. Y a Estevo de Quinta su inteligencia y responsabilidad: “Sabe de las cosas de la vida, me da consejos, no me hace pasar hambre. Yo trabajo siempre para ayudarla. Soy un hombre satisfecho.”
Pero Estevo es muy celoso y hace poco descubrió que su amada tenía un “enamorado”, Januario, al que preparaba amorosamente la comida… Sin embargo también Estevo durmió con tres amantes diferentes en su último viaje a Imbone. Tuvo que intervenir un consejo de ancianas de la aldea para la reconciliación. Quinta cree firmemente que “los hombres son inferiores en todo a las mujeres”. Y que el día que se canse de su marido, le dirá que se vaya y se quedará con la casa, con la tierra y con los hijos.
El archipiélago de las Bijagos, -con palmerales, sabanas arbustivas, gran cantidad de aves acuáticas migratorias, tortugas, hipopótamos y cocodrilos- es considerada Reserva de la Biosfera. Sin embargo, sus habitantes han de luchar muy duro para salir adelante. La población, de unos 33.000 habitantes, está repartidas en cinco islas que conforman Orango Grande: Orango, Imbone, Canogo, Meneque y Orangozinho. Viven en chozas de barro rojo y techo de paja, sin luz eléctrica ni agua corriente. La asistencia médica es prácticamente inexistente.
El aislamiento geográfico y su carácter desconfiado, secretista, poco amigo de las visitas de extraños y celoso de sus tradiciones animistas, les ha permitido conservar una sociedad con estructuras matriarcales.
“En la tierra de los Bijagos, la expresión ´sexo débil´ no cuadra en absoluto a los moradores femeninos de Orango”, relata el antropólogo alemán Hugo Adolf Bernatzik en su obra “En el reino de los Bijagos”, después de visitar la zona a principios del siglo pasado. “Aquí, es la muchacha la que elige al hombre: nada más entrar en la pubertad coloca un plato grande con arroz sin condimentar delante de la casa de su elegido. Si el mozo está dispuesto a aceptar el ofrecimiento así formulado de la muchacha, lo manifiesta de la manera más sencilla: se come el arroz. Al aceptar el mozo éste se va a vivir con la muchacha a la choza que ella levantara y la pareja queda casada… hasta que la esposa, un buen día, saca a la puerta de la choza cuanto pertenece al marido, indicándole con ello que no sigue dispuesta a tolerar por más tiempo el yugo de la comunidad matrimonial.”
A Segunda se le llena la mirada de esperanza. “Si nosotras tuviéramos una canoa… exportaríamos las esteras tejidas con nervadura de palma, comercializaríamos la huerta. No habría pobreza” sentencia Segunda da Silva la mujer más admirada de Amburuco, la aldea más cercana. Segunda la bella, la fuerte. De la que todos los hombres se enamoran. Segunda tiene muchos amantes. Su marido, Ronisio, la adora y no se atreve a tener otras mujeres por miedo que ella le ordene irse.
En África, en la época arcaica, la mujer ocupaba un alto estatus y el clan familiar era matriarcal. Diodoro ya escribió en el siglo I : “…los maridos africanos y egipcios debían obedecer a la mujer en todas las cosas”. Y los antropólogos coinciden en que en diversas regiones de África occidental y la mayor parte de los pueblos Bantúes eran de tendencia matrilineal y muchos de ellos practican alguna modalidad de matrimonio matrilocal, en el que hombre va a vivir a la casa de la mujer. Cómo José, que vive con Cesaltina Dureno y todo su parentela. José dice que su suegra lo humilla y lo trata de mala manera y es por eso que bebe tanto y se pasa el día durmiendo en la choza. Pero Cesaltina, su mujer, asegura que “él no le ayuda en el trabajo de la huerta y siempre está borracho…”
En la actualidad, los Bijagós son la memoria de estas formas sociales que el “progreso” ha hecho desaparecer en la mayoría de países. “Las sociedades matriarcales africanas han evolucionado hacia el patriarcado presionadas por la civilización”, considera el lingüista Luigi Scantamburlo, autor de un diccionario y gramática de la lengua criolla que se habla en el país. “Los europeos patriarcales favorecieron siempre las relaciones con los hombres, propiciando la pratiarcalización de las sociedades”.
Neto tuvo una mujer, pero aquello ya acabó. Julia Cardoso lo echó de su casa. Ahora vive con su cuñado Abel. Neto da Silva, Yoangina Enato, Joaquino Luis, Pascual Tepal y el resto de hombres se reúnen cada día en la playa para beber el vino de la palma. En esta época de las lluvias es peligroso recogerlo, porque el tronco de la palma resbala y en la copa anida la cobra verde kakuba, de picadura mortal. Pero Neto, el capitán Neto, como le llaman todos, es valiente y sabe sortear a las serpientes. Con un machete hace una incisión cerca de la hoja de palma a veinte metros del suelo y llena un bidón. “Nindo (Dios) creó al hombre para sacar el fruto de la palma, limpiar los campos, cazar el macaco, pescar y apoyar en todo a la mujer”, confiesa Neto. “Porque ella es más fuerte e inteligente y aunque a nosotros nos gustaría mandar y organizar, no nos sentimos con capacidad para ser ´el jefe de familia´. Es la tradición, la costumbre de nuestros antepasados. Siempre ha sido así…”
La marea está alta. Junto al mar los hombres se distraen organizando peleas. Ahora Neto y Pascual son los contrincantes. “La lucha consiste en cogerse por los testículos el uno al otro y tirar hacia abajo, así el hombre pierde toda la fuerza”, explica Pascual. Es un juego doloroso que dura pocos minutos, finalmente es él el que cae derrotado. Neto, el vencedor, va a buscar vino para los más viejos y todos beben. Hoy han consumido dos bidones que en total suman 35 litros. Los hombres salen a pescar a pie camuflados con hojas de tarrafe y con una pequeña red cogen tainhas y bentanas. La pesca se organiza en dos grupos. El uno hace bullicio para desviar los peces hacia el otro. “Hay que conseguir buena pesca porque sino ellas se enfadan y nos agarran por los genitales hasta hacernos perder la energía…”
Hoy todas las mujeres de la tabanca (aldea) se reúnen para deliberar sobre el juicio a Nené Pereira que pegó a su hermano en una pelea. Solo ellas pueden instituir la ley. A los hombres se les mantiene al margen. Cuenta Estevo como fueron fueron las cosas: “Nené reprendió a sus sobrinos, Nené cayó sobre su hermano mayor, Nené le pegó un puñetazo a su hermano pequeño. Nené no se habla con la familia. Nené está triste y borracho, bebe el vino de cajou para alejar las penas, que son muchas.”
En Orango Grande nadie recuerda un asesinato, ni los más ancianos, ni las baloberras, que son las mujeres que saben hablar con los espíritus de los antepasados. Únicamente se conocen peleas como esta de Nené, quien deberá recoger la paja -trabajo propio de las mujeres- en castigo a su mal comportamiento. También se le azotará con una rama joven de poilao. Luego todo se olvida.
Guinea Bisssau formaba parte del imperio de Mali cuando los portugueses tuvieron el primer contacto con las costas de este país en el año 1440. Pero los Bijagós no se sometieron al poder colonial hasta 1936. El régimen de Salazar centralizó entonces el control administrativo e instituyó un duro sistema de trabajo forzado y pesados impuestos. La independencia, en 1974, no supuso el fin de los problemas si no el principio de otros nuevos, como una guerra civil que ha mantenido a Guinea Bissau entre los países más pobres del mundo.
Pero la vida continúa. Y esta mañana se reúnen en Eticoga las baloberras. Imaguey, Na-Kru, Jank Pai, N´haden Pai y Nhaenti celebran el rito de Cortar la Paja: la ceremonia de iniciación en que las mujeres ingresan al mundo adulto. Es un acto secreto: las muchachas irán a la selva a cortar paja, esta servirá para cubrir la baloba o templo y las ancianas les impartirán la sabiduría de los antepasados.
Dominga no puede hablar, los espíritus se han encarnado en ella para instruirla en el respeto a los mayores, en las costumbres, en la relación con los hombres… Dominga Cardoso jurará dirigir la familia, organizar el trabajo, procurar el bienestar y acreditar la ley. “Así lo quiere Nindo que vive en el cielo con los difuntos”, dice. La joven deberá responder con su vida y con la de sus hijos en caso de romper la promesa.
En Orango conviven cuatro clanes: los Oraga, los Ogubane, los Oracuma y los Okinka. El nombre del clan se hereda de madres a hijas. La población conserva además los apellidos de los colonizadores portugueses. Imaguey, del clan de los Okinka, será la próxima reina. Es descendiente de Pampa Kanyimpa (1910), la soberana que abolió la esclavitud, multiplicó los derechos de la mujer y reunificó las islas de Orango Grande. Fue muy querida por los bijagós y respetada por los colonizadores portugueses durante la guerra de pacificación para someter a las tribus nativas. Pactó la paz. Más tarde hubo otras reinas como Eugenia Andanga, Carlhota Jaquen Guen y Julia Comenpe. Las Baloberras siempre fueron las encargadas de seleccionar a la reina, aconsejadas por los espíritus.
Al día siguiente son las fiestas de Kundere y la caravana ya lleva retraso. Toda la escuela viene por el camino de Etiogo, las mujeres van vestidas con el sayo tradicional, los hombres caminan lejos, detrás. Hay baile en la playa. Después arroz con macaco que, Abel, el cazador, ha capturado con dos perros rubios. Uno está herido. “El mono era malvado y fue difícil rematarlo”, cuenta Abel. El pescado ya lo han limpiado y el vino de cajou que hace soltar la lengua está en una garrafa, al fresco.
Velita de Amburucu, hija de Segunda, luce para la ocasión trenzas en el pelo, se prepara para la fiesta. Es un baile tradicional en el que sólo participan mujeres. Velita quiere estudiar enfermería en Bissau y ser doctora. Le gustaría vivir en Lisboa, España, América, Holanda o Francia y volver a Cuntun para curar las enfermedades de la selva, cuidar de su hijo Antonio que tuvo con un hombre de la capital y a sus padres. Tiene 17 años.
A Velita también le gusta la discoteca de Eticoga, aunque tenga que atravesar de noche el río, que tiene dos nombres según desde donde se venga. Allí las mujeres sacan a bailar a los hombres y ellos se sienten protegidos porque las jóvenes son como sus madres y les dicen lo que tienen que hacer. Sin ellas no saben bailar. Velita de Amburucu, junto con Julia, Luisa, Joaquina, Zenaira, Dulce, Enaida, Finoka, Ita y Virginia, mueven las caderas y cantan.
A todas les gusta ser mujeres en esta tierra de mujeres, les gusta organizar y mandar. Tienen entre 16 y 20 años y son fuertes e inteligentes. Algunas ya son madres. Pero todas piensan que jamás se someterán a los hombres, débiles por naturaleza. Ellas no tienen miedo de las serpientes, ni del pez raya venenoso, ni de los espíritus de los antepasados, ni de Nindo que las protege siempre. Nindo que hizo el mundo en siete días, Nindo que les regaló Orango Grande, en el Canal del río Geba frente a las costas de Guinea Bissau.
Autora
Anna Boyé es fotoperiodista y antropóloga, autora del proyecto Matriarcados, un proyecto etnográfico, fotográfico y pedagógico para descubrir la esencia de las sociedades matriarcales. Este trabajo la ha llevado a investigar también las sociedades mosuo en el lago Lugu, en China; las poderosas mujeres de Juchitán, en el istmo de Tehuantepec, al sur de México; minangkabau, al oeste de Sumatra; y quero y huilloc, en Cuzco (Perú).
Si quieres apoyar el proyecto para que continúe documentando casos puedes aportar como mecenas en la plataforma Merakiu.
“Siempre he sentido la necesidad de entender el porqué de la grave discriminación que sufre la mujer en el mundo. En esta búsqueda de conocimiento he encontrado sociedades matriarcales donde las mujeres son reconocidas por su sabiduría, por la habilidad que muestran en la gestión de la economía, en el trabajo y en la organización de la sociedad y de la ley. Mujeres que gobiernan sus vidas con la esencia de la justicia y la complementariedad entre el hombre y la mujer“.
Fuente: Áfricaye.org By Colaboraciones Africaye on Julio 11, 2017 África Occidental , Género