El peligro que nos acecha no es la horda de inmigrantes subsaharianos que no cesan de invadir las costas del sur de Europa. El peligro es el estado de una sociedad europea narcotizada, a la vista estupefacta de miles de personas que se precipitan hacia las fronteras de Occidente, aun pagando un alto riesgo de morir en el camino, por el temor de sentirse invadida y diluida a medio o largo plazo su identidad. Pero el mayor peligro es la incapacidad dolosa que manifiesta la sociedad europea a reconocer las razones evidentes de ese cruel e indignante tsunami migratorio africano, para remediarlo.
Esa incapacidad dolosa es producto, por una parte de los poderes económico-políticos occidentales, Europa y Estados Unidos a la cabeza con sus cómplices (China, Rusia, Arabia Saudita, …), traidores a su ideario de justicia y dignidad humana universal que proclaman con cínica arrogancia, con el único fin de preservar el poder que detentan sobre la ciudadanía y sus enormes intereses y amplísimos privilegios que gozan, a costa de esquilmar impunemente, entre otros, las riquezas naturales de los países africanos que previamente han avasallado, manteniendo a sus dirigentes concienzudamente corrompidos hasta la médula y a sus órdenes, reservando al pueblo raso africano únicamente las migajas del banquete. Un pueblo africano sometido, a todas luces, a poderes mayoritariamente dictatoriales o tiránicos, empobrecido y sin futuro. Prometido a engrosar la avalancha migratoria hacia el “paradisíaco” Occidente.
Una perfecta ilustración de ese panorama la ofrece Guinea Conakry, el país con las mayores reservas de bauxita del mundo. Por casualidad resido actualmente en Sobanet, un poblado de pescadores al borde del océano, a 225 km. al norte de Conakry, la capital de Guinea, en la costa oeste de África. Sobanet está cercado por un conglomerado de empresas mineras venidas del mundo entero. Australianos, Estadounidenses Españoles, Brasileños, Franceses, Británicos, Indios, Rusos,… y Chinos, los últimos en llegar, a tan sólo diez kilómetros de mi casa. A través de las verdes colinas, sigo de cerca como los Chinos prospectan, exploran, construyen puentes, puertos, caminos y amplias y confortables residencias para los cuadros y técnicos. ¿Qué los atrae? La bauxita. Los primeros camiones de bauxita de los Chinos salieron el pasado mes de diciembre. Este mineral se exporta a China desde enero. Junto a su socio la francesa Alliance Minière Responsable (AMR), se espera, en 2018, una producción de 40 millones de toneladas. Crecimiento que debería permitir a Guinea colocarse entre los tres principales productores de bauxita del mundo, detrás de Australia y China. Diariamente, miles de toneladas de bauxita, son dirigidas directamente hacia los países super-desarrollados, para alimentar sus fábricas de producción de aluminio.
Pero lo que no se dice es que el aumento en la extracción de bauxita tiene un impacto en el medio ambiente y debilita a los agricultores. En la aldea Katougouma, es el pez que huye de su área de cría con el tráfico del puerto fluvial. En Boundouwadé, otra aldea rodeada de operaciones mineras, se están agrietando las paredes de las casas y el agua del río se ha puesto roja. Ya no es potable. ¿Cuántas explosiones ha habido en el área? ¡Ya nadie las cuenta! Varios ríos ahora están contaminados. En particular, por ese polvo rojo creado por las operaciones mineras o por las idas y venidas de los camiones de volteo en las pistas de laterita. Ese polvo está en todas partes, exasperante. Deposita partículas cargadas de sílice y metales pesados que aumentan el riesgo de enfermedades respiratorias y reducen las plantas frutales. Los espacios cultivables son reducidos. Muchas aldeas acaban devoradas por la mina. Hectáreas de mango, aguacate y anacardos ya han sido arrasadas. Sin embargo, estas destrucciones no han sido todas objeto de una compensación financiera, se indignan los jefes de los poblados. Y si es cierto que desde 2016 la situación ha mejorado algo en este aspecto, lo que dan puede durar solo unos meses, dicen los aldeanos.
Guinea, un país rico en recursos naturales. No sólo la bauxita. Agua, una verdadera torre de agua en el oeste de África, bosques, diamantes, oro, hierro, níquel. Un país rico, entonces. Pero la mayoría de la población vive en la pobreza extrema. El PIB per cápita apenas supera los 500 USD. Las grandes ciudades, incluida la capital Conakry, se han multiplicado, causando serios problemas: falta de infraestructura en todas partes, carreteras en mal estado, transporte público insuficientemente equipado, infraestructura social y de salud casi inexistente en muchos lugares, la educación en gran parte carente de fondos (50% de niñas y niños sin escolarizar), inseguridad y, por supuesto, contaminación peligrosa para la salud de las poblaciones locales. Según Transparencia Internacional, Guinea es percibida como uno de los países más corruptos del mundo. Una realidad a la vista de todos, conocido de todos los gobiernos del mundo que invierten y explotan a tope las riquezas naturales, sin apenas inmutarse, mirando hacia otro lado, abandonando a su miserable suerte la juventud africana, sin esperanza y sin futuro, que sólo busca huir de su país.
Cierto, mientras el poder local no aborde este problema muy seriamente, no será posible el desarrollo y el progreso que el país pueda lograr, y que la población espera ansiosamente. Pero aunque discrepemos en reconocerlo, este problema no depende únicamente del poder local, tutelado por los poderes económicos y políticos exteriores que lo someten a sus propios intereses. Los gobiernos europeos conocen a la perfección la situación real de los pueblos africanos en su desespero, y tienen los medios para resolver el movimiento de las masas migratorias hacia Europa. Les falta voluntad política para resolverlo, porque los ciudadanos europeos no estamos dispuestos a pagar el coste de la defensa y el respeto de los valores éticos de justicia, de dignidad humana y de solidaridad de la que nos prevalemos, renunciando a extirpar de raíz las causas reales de esta monumental crisis migratoria: ínfimos beneficios de la explotación de las riquezas naturales repercuten en la mejora de la vida de los ciudadanos; la escolarización básica y la formación profesional de los jóvenes es ampliamente deficiente e inoperante; un masivo desempleo de la población, falta de profesionalismo en el trabajo y una muy reducida iniciativa emprendedora. Y en un contexto de Estado de No Derecho y de pseudo-democracias, como es el caso de la inmensa mayoría de los países africanos, la juventud de ese continente se encuentra finalmente abocada a la violencia o a emigrar alocadamente a otros países más prometedores.
El proverbio lo describe sin rodeos: “Vale más prevenir que curar”. Claro que hay que acoger con humanidad y generosidad al desvalido, y ojalá se haga por convicción y no por cálculo político o para acallar una mala conciencia colectiva. Lo que, en este caso, tan sólo resuelve un problema humanitario ineludible y puntual, pero deja intacto el drama de la inmigración, las causas injustas que la provocan y la miseria humana de los potenciales migrantes en origen.
La prevención, al contrario, exige una política de cooperación internacional justa, adecuada y eficaz, a todos los niveles y a todos sus autores. Que resuelva prioritariamente las necesidades básicas de los africanos: comer a su hambre, educarse, alojarse, divertirse, curarse, vestirse, expresarse… Que potencie al mismo tiempo el desarrollo socio-económico: asegurando un caudal energético suficiente, favoreciendo el comercio inter-africano (solo supone el 12%, mientras en Europa alcanza el 80%), erradicando la inseguridad, avanzando hacia un Estado de Derecho efectivo. Un plan de escolarización y de formación, profesional y universitaria), adaptado a las necesidades del desarrollo local, rural y urbano, de calidad, ha de articularse como pivote transversal que sostiene y garantiza la estabilidad y el éxito de una sociedad capaz de proporcionar empleo, la integración social necesaria y la estabilidad deseada por una juventud africana mayoritariamente desorientada y con futuro incierto. El caricaturista español El ROTO nos somete esta pregunta que le sugiere la crisis migratoria actual, y que debe hacernos reflexionar y actuar : Cómo será el lugar de donde vienen, para que se alegren de llegar a donde llegan…
José Luis Ferrer sj es el Presidente de Globalmon ONGD