En los últimos años el debate a nivel internacional sobre África Subsahariana ha cambiado substancialmente. De hablar constantemente, y casi exclusivamente, de África como un lugar asolado por la miseria y las guerras, los organismos internacionales e importantes medios de comunicación centran hoy el debate en la “emergencia de África”. La conocida como narrativa del “Africa rising”, popularizada por los monográficos que semanarios como The Economist o Time han dedicado al continente africano, o bien por el optimismo resultante de los informes que en los últimos años viene elaborando el Banco Mundial o el FMI sobre las perspectivas económicas de esta región, han situado el debate en unos parámetros hasta hace poco impensables.
África está creciendo y protagonizando importantes transformaciones económicas, políticas y sociales que dibujan una nueva realidad. Así lo confirma el African Economic Outlook (AEO) de 2016, elaborado anualmente por la OCDE, el Banco Africano de Desarrollo, la Comisión Económica de Naciones Unidas para África y el PNUD. Este nuevo escenario -subraya el informe- se caracteriza por un continente cada vez más numeroso (se destaca el gran crecimiento demográfico que llevará a que en 2050 África albergue a uno de cada cuatro habitantes del planeta), con una población muy joven y cada vez más alfabetizada y política y socialmente movilizada y en el marco de un rápido proceso de urbanización. Una ecuación que, según el AEO, puede derivar en diferentes escenarios de futuro: uno en el que el continente sea capaz de dar respuesta a los desafíos sociales que todos estos elementos plantean, u otro, más pesimista, en el que las ciudades puedan convertirse en un “polvorín social” fruto de la falta de oportunidades y la exclusión social de todos estos jóvenes urbanos.
Más allá del resultado final de esta compleja tesitura, el informe viene a refrendar, en la línea de otros muchos análisis, que existen al menos tres transformaciones de fondo que han venido para quedarse y que, en efecto, configuran el contexto desde el que cabe entender el presente y futuro del continente africano.
Un crecimiento económico sostenido pero sin redistribución
Los datos hablan por sí solos. Aunque en 2015 las economías africanas se han ralentizado creciendo una media del 3,6% (y registrando grandes diferencias regionales, con África del Este creciendo un 6,3% y África del sur al 2,2%), desde 2001 la media de crecimiento ha estado por encima del 5%, siendo así el continente que más ha crecido en el planeta después de Asia. Asimismo, algunos países africanos como Costa de Marfil, Yibuti, Mozambique, Ruanda o Tanzania se encuentran entre los países que más han crecido en los últimos años a nivel mundial, con niveles entre el 6% y el 10%. Este crecimiento sostenido se debe a diversos factores, los cuales varían ligeramente en función de la región, si bien el AEO destaca que en 2015 la demanda interna, la inversión pública y privada o el buen comportamiento de sectores como el de la construcción o el de los servicios, han sido factores clave para compensar un escenario en el que la caída de los precios de las materias primas han afectado substancialmente a los países más dependientes de éstas.
Precisamente, la vulnerabilidad de este crecimiento es uno de los elementos que tanto el AEO como el conjunto de organismos internacionales considera más preocupante. África depende fuertemente de la inversión extranjera tanto pública como privada, siendo la inversión de países emergentes como China, India o los Emiratos Árabes Unidos cada vez más significativa. Dicha inversión, que había experimentado un crecimiento sostenido desde 2007, ha experimentado una leve caída en los dos últimos años. Por otra parte, las remesas o la ayuda oficial al desarrollo, siguen siendo una parte importantísima de los flujos financieros externos, mientras que la capacidad recaudatoria vía impuestos en muchos países sigue siendo muy débil.
No obstante, el elemento que mayor preocupación suscita en este contexto es la constatación de que una gran parte de este crecimiento y desarrollo no está yendo de la mano de la capacidad de los países africanos de redistribuir la riqueza. Las desigualdades sociales están haciendo mella en países donde ciertamente han mejorado algunos indicadores sociales (alfabetización y salud, principalmente), pero donde la distancia entre ricos y pobres, especialmente en los núcleos urbanos, empieza a ser preocupante. Johanesburgo, por ejemplo, registra uno de los mayores índices de Gini del planeta (0,75), mientras que, según el AEO, nueve de cada diez trabajadores africanos son pobres. Las consecuencias sociales de toda esta dinámica en términos de conflicto social son evidentes.
¿La revolución política pendiente ya está en marcha?
Uno de los aspectos más interesante señalado por el informe, y que desde 2011 viene siendo objeto de constante debate, es el de la creciente politización y movilización de muchas sociedades africanas. En ese contexto de rápida urbanización, y de jóvenes más alfabetizados y precarizados, parece estar produciéndose un proceso de articulación política que ha llevado a numerosas protestas y tensiones sociales en los últimos años. Según el AEO o fuentes como el Afrobarómetro, las demandas de mejores servicios, infraestructuras y condiciones sociales y laborales están al alza desde 2008 y son consideradas como las principales motivaciones de los manifestantes. La demanda de mayor transparencia y de rendición de cuentas es otro de los aspectos que caracterizan a todas estas movilizaciones en las que el uso de los teléfonos móviles, de Internet y de las redes sociales es fundamental.
Todo este proceso puede estar evidenciando un cambio muy de fondo y que tenga un gran impacto a medio y largo plazo en la política y en la gobernabilidad de muchos de los países africanos. Para algunos, no estamos asistiendo a un malestar puntual sino a un proceso de empoderamiento social que podría contribuir a la democratización de abajo a arriba que la mayoría de países africanos tienen pendiente.
La sostenibilidad de las ciudades como núcleo de las transformaciones estructurales
África se está urbanizando a un ritmo vertiginoso: el total de personas que viven en los núcleos urbanos se ha incrementado de un 14% en 1950 a un 40% en la actualidad (472 millones de africanos viven actualmente en zonas urbanas) y se estima que continuará creciendo hasta el 56% en 2050. Según estos datos, África se está urbanizando el doble de rápido de lo que lo hizo Europa en su momento. Los desafíos de este escenario son enormes. La urbanización de África puede contribuir a la transformación estructural del continente si se acompaña de la capacidad de crear puestos de trabajo y oportunidades para el conjunto de sus poblaciones. Asimismo, cabe tener en cuenta que los patrones de urbanización son enormemente diversos, contrastando la realidad de Sudáfrica o África del Norte con la de África central, si bien en la gran mayoría de contextos queda de manifiesto que la falta de planificación urbana sigue siendo un problema generalizado.
Lo que el informe deja claro es, en definitiva, que el impacto de la urbanización en el desarrollo es un arma de doble filo. La concentración de población puede contribuir al progreso del desarrollo humano, a la vez que puede llevar a un incremento de la desigualdad en muchas direcciones y a alimentar tensiones sociales y la inestabilidad política. La clave para garantizar que toda esta compleja ecuación obtenga un resultado positivo pasa por lograr un desarrollo económico, social y medioambiental mucho más sostenible y equitativo. Para ello, los gobiernos deben impulsar políticas públicas de creación de empleo y de acceso a servicios sociales básicos. Sólo este acento claramente social permitirá que la emergencia de África no solo esté beneficiando a unos pocos sino que sea verdaderamente el inicio de una nueva etapa para todos.
***Este artículo fue previamente publicado por CIDOB.
Foto de cabezera: DFID